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Hasta aquí llegué con las mujeres

  • Foto del escritor: gabrielacordourier
    gabrielacordourier
  • 3 jul
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 4 jul


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Cuando era niño me gustaba armar aviones. Ya que tenía varios les construí en mi cuarto un aeropuerto para estacionarlos y verlos ordenados, los más grandes en su hangar; los medianos enfilados, preparados para despegar, y los más pequeños dispuestos en batería. Siempre quise ser piloto. Mi papá me decía: “Sigue echándole ganas a la escuela y yo te pago la carrera”. Pero un día mi papá se fue de la casa y todo se vino abajo. Tuve que trabajar desde muy chico, ni siquiera pude terminar la prepa. Mi familia se separó totalmente, mi hermana y mi hermano agarraron su camino, y yo el mío, aprendí a afrontar la vida solo.

Hace unos años, por cosas del destino, me topé con mi hermano, nos encontramos por Plaza Universidad e hicimos las pases. Nos habíamos distanciado porque mi papá aconsejaba mucho a mi hermano, en contra mía. Cuando era niño, mi agüelita me dijo varias veces que mi papá le decía que no me quería. Yo le decía no te preocupes, ya lo sé. Aún con todo eso yo lo buscaba, nunca le guardé rencor. Y un día, lo que son las cosas de Dios, me habló él, yo creo que ya sentía pasos y me dijo quiero hablar contigo. Nos quedamos de ver, en el parque Arboledas, en la esquina de Heriberto Frías y Pilares. Cuando nos bajamos de los coches, me abrazó llorando y me pidió perdón. Yo le dije no soy nadie para juzgarte, conmigo no hay problema.

Poco después se presentó la pandemia, mi padre se puso muy grave, nada que ver con el covid, tenía insuficiencia renal, y como pasó con muchas personas, falleció. Yo le di gracias a Dios de que, aunque ya estaba muerto, los doctores nos dejaron a mi hermana y a mí estar con él para despedirnos. Lo tomé del brazo y, como dicen que cuando uno acaba de morir aún alcanza a escuchar, le dije: “No te digo adiós, sino hasta luego”. Porque estoy seguro de que el día que me toque a mí vamos a volver a encontrarnos, ahí en la presencia de nuestro Dios Padre.

Soy divorciado, tengo dos hijas grandes que ya están trabajando en lo de su carrera, y ahora que me reconcilié con mi hermano me fui a vivir con él y su familia. Me siento tranquilo, porque aunque he sufrido, he sacado mi vida adelante.

Duré con la mamá de mis hijas 18 años, ella nunca tuvo necesidad de trabajar, yo era el sostén de la casa. El problema surgió porque cuando mis hijas empezaron a trabajar, ella se quedaba sola y se aburría. Un día me dijo: “Quiero trabajar para entretenerme”. Yo le dije que sí, que si era lo que quería estaba bien. Como a los cuatro meses yo la empecé a sentir rara. Nunca he sido de pelear, si hay alguna situación me gusta arreglar las cosas hablando, así que le pregunté varias veces qué le pasaba, pero nunca se prestó a hablar, me daba vueltas y me decía que yo veía moros con tranchetes. Dejé de insistir, aunque seguía pensando dentro de mí que ella andaba en malos pasos. La duda no me dejaba tranquilo, así que un día en lugar de ir a trabajar la fui a espiar. Ahí descubrí todo. Y no hice lo que hubiera hecho otra persona, no me iba a manchar las manos por algo que ya no valía la pena, simplemente me le puse enfrente y le dije: “Hasta aquí llegó contigo”.

Mi prima, que es abogada, me divorció, no pelié nada, no me llevé nada de la casa, le dejé el carro y como mis hijas ya estaban grandes, no tuve que darle pensión. Ella no sintió vergüenza, se portaba muy orgullosa de lo que había hecho, ni siquiera me pidió perdón. No sé si les haya contado a mis hijas, yo no lo hice, simplemente me fui. Mis hijas se despidieron de mí con mucho cariño y quedamos que entre nosotros todo seguiría igual.

Un día mi mamá me preguntó: “¿No te molesta que la siga viendo?”. Yo le dije que no, aunque me sentí traicionado. ¿Cómo podía seguir teniendo contacto con ella, si me había sido infiel. Solo le dije: “Te voy a pedir un favor, cuando vaya a verte, si está ella, dime, para no ir, porque no me la quiero topar y hacerte pasar un mal rato”. Un año después ella les empezó a decir a mi mamá y a mi hermana que estaba arrepentida y que quería volver conmigo. Ellas hicieron bolita y me insistían que la perdonara, que finalmente era la madre de mis hijas. Paré a mi mamá en seco y le dije: “Cuando tú te separaste de mi papá, nosotros estábamos chicos y yo respeté tu decisión. Tú me decías que nunca ibas a perdonar una infidelidad, ahora respétame a mí”. Mi papá también le fue infiel a mi mamá, y lo hizo con una de sus hermanas, él tuvo el valor de decírmelo y, pues, yo no soy nadie para juzgarlo, tampoco a la mamá de mis hijas. Pero no puedo regresar con ella porque como hay un antecedente, ya no voy a estar a gusto. Quien lo hace una vez, lo hace dos veces y más.

Después de dos años de que me separé, comencé a ir a un club de productos para adelgazar. Ahí conocí a una señora que tenía una hija de siete años. Y aunque dicen que a la mujer ni todo el amor ni todo el dinero, no me importó lo que me había pasado y nos juntamos. La misma educación que les di a mis hijas se la di a la niña; mientras ella cumpliera con la escuela, yo le compraba lo que quería. Yo digo que los hijos no tienen la culpa de lo que hacen los padres, así que la quise como a una hija. El gusto me duró cinco años, todo terminó por la misma razón. La niña se dio cuenta de lo que había pasado y como me quería mucho me dijo: “Papá, si tú te vas, yo me voy contigo”. Pero le dije que no, que ella ya era una señorita y que no iba a sentirme tranquilo de irme a trabajar y dejarla sola. Nos despedimos llorando los dos, y no la volví a ver hasta después de muchos años. Me la encontré sentada en una banqueta, a leguas se notaba que no estaba bien, andaba mal vestida, pintarrajeada, con sus ojos como perdidos. Sentí tristeza, pero no podía hacer nada por ella, solo mirarla de lejos. Yo ya no quiero sufrir.

De verdad, no entiendo a las mujeres, uno se esfuerza para que estén bien, que no les falte nada y le pagan a uno así. Hasta aquí llegué, le dije a mi mamá, no quiero una tercera mujer que me haga lo mismo.

Con todo lo que me ha pasado vine a comprobar que cuando uno no cierra un ciclo, el patrón se repite. A mis dos hijas ya les pasó lo mismo, sus maridos les fueron infieles, y yo me pregunto: “¿Qué tengo que hacer para que esto se rompa?”. Pero no sé, igual es algo que venimos arrastrando de otras generaciones. Yo estoy con Dios y prefiero no mover energías. No me gustan esas cosas de brujerías o de constelaciones, quizá solo tengamos que asumir lo que nos toca. Únicamente me encomiendo a Dios con mis oraciones, le pido por mis hijas, y me entrego a su voluntad.

Me siento bien solo, conviviendo con mi familia, recuperando el tiempo perdido con mi hermano. Los fines de semana me voy a Cuernavaca a casa de un primo, me voy de vacaciones a la playa con él, y como ya no tengo tantos gastos, estoy ahorrando para comprarme un carro nuevo.

Hace tiempo me compré un simulador aéreo, es muy parecido al que usan los pilotos, e instalé una cabina completa en mi casa. Un cliente que tengo que es piloto me ha preguntado cosas técnicas y por lo que le contesto me dice que sí estoy listo para volar. No pierdo la esperanza de que algún día lo haré.

 
 
 

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