Si quieres llegar a custodio de viejo, hazte pendejo
- gabrielacordourier
- 3 jul
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Actualizado: 4 jul

Cuando uno ingresa a un reclusorio está prohibido entrar con cosas. Prohibido corbatas, cinturones, agujetas... porque a muchos les da la depresión y lo que hacen es colgarse; lo que llaman el famoso corbatazo. Por medidas de seguridad se les quita todo, no puedes pasar ni con las cobijas. Ya dentro, los abusados aprovechan:
—Ten una cobijita, te la alquilo.
—¿Cuánto?
—150.
—Pero no traigo dinero.
—No te preocupes, ya mañana o pasado que venga tu familia, a'i me los pagas.
Empieza el genere de beneficio. Que llegan individuos que tienen dinero y les toca una estancia en donde hay puro ratota, puro chacalote:
—Deme una celda.
—No se puede.
—¿Cuánto?
—Tanto.
Siguen los beneficios. Un dormitorio consta de cuatro zonas, cada zona tiene doce celdas o estancias, las estancias son aproximadamente de 3.5 x 3 m, que pueden albergar, una persona, si tiene dinero para pagarla, y si tiene más dinero puede alquilar todo un dormitorio, que consta de 48 celdas.
Al día siguiente el nuevo tiene que levantarse a hacer la fajina, la faina como le dicen allá adentro, o el aseo del dormitorio. Pero la faina no es hacerla con un trapeador o un cepillo, cuando son nuevos es en patitas, y si se levanta le dan un manguerazo.
—Quiero evitar la faina.
—Claro que sí, el beneficio es tanto.
Se pasa la lista a las siete de la mañana, a las cinco de la tarde y a las ocho de la noche. Son tres listas para tenerlos checados y ubicados. Nadie puede salir del dormitorio si no trae un pase como medida de control del custodio. El reglamento dice que todo interno que pase su lista tiene que bajar al patio y no subirse a su dormitorio, a su celda o estancia en tanto no cuadre la población de toda la Institución; esto por medidas de seguridad, por si llega a haber una fuga o una tentativa de fuga. Entonces, los que tienen dinero le dicen a uno, jefe, pásame mi lista y mi estancia. Y si uno acepta da un pase y recibe su beneficio, diez o veinte pesos. Pero uno los debe tener bien checados, saber dónde van a estar. Hay algunos que trabajan, de mozos de Estafeta, Centro Escolar, Servicios Generales, en diferentes puntos. Otros son gente que trabaja ahí mismo, con otra gente, un doctor, un licenciado, un narco, internos a quienes les hacen los aseos, les lavan, les planchan, cualquier cosa.
El segundo reglamento dice que tienen derecho a media hora de visita. Si el interno quiere más, se coopera con el beneficio. Eso es responsabilidad de uno, les da uno permiso pero los debemos tener bien ubicados, si te dicen: “Jefe, me voy a quedar en el dormitorio de tal cuate”. Los anota uno y en la noche va a ese dormitorio para cerciorarse que realmente están ahí.
“Quiero una pantalla, un colchón más grande, un teléfono...” Saben que por reglamento no pueden, pero sí con beneficio. Así en cosas que no afecten tanto, siempre hay un espacio de beneficio, para ellos y para nosotros. Entonces se empieza a hacer un redondeo económico de lo que se genera ahí, porque el beneficio que sacamos nosotros tenemos que compartirlo con los de arriba. Al final, todos salimos ganando algo. Aunque si le dicen a uno, jefe, me quiero fugar. Ahí sí ya no. Aunque hay quienes se la han jugado con varios, seguramente porque los amenazaron con matarlos a ellos o a su familia.
Si no tienes dinero vas a andar de monstruo, fainando y comiendo en el rancho (el comedor del reclusorio), donde la comida es muy mala. Hay a quienes la visita, su familia, les lleva su abasto, para componer la comida que les dan, les llevan el aceitito, la longanicita, los chilitos... Ahí aprenden a sobrevivir. Colocan un tabiquito, le ponen una resistencia y ya tienen una parrillita, se enseñan a guisar.
Su ropa la tienen que lavar, pero hay celdas con letreros de “se lava ropa”, “se plancha”, “se cose”... Ellos mismos van generando su propio dinerito para poder pagar otras cosas que necesitan ahí dentro.
El caso de las drogas, son males necesarios. Varios dicen: “¿Cómo me quieres quitar un vicio que tengo de hace más de 30 años?” También muchos se deprimen por la soledad, las carencias, y no falta el vivo: “No te preocupes, fúmate una mota”; o les dan otra cosa, los vuelven viciosos. Los mismos internos se dedican a vender, la propia familia les pasa la merca. Yo consigné a tres mujeres por meter droga en sus partes. Pero luego uno nomás se mete en problemas por hacer su trabajo. Nos echan la culpa a los custodios pero los de derechos humanos han echado todo a perder. Hoy en día la delincuencia es juvenil, no respetan sexo, estatura, edad, roban a quien sea, y si te opones, te matan. ¿Por qué? porque se sienten protegidos por derechos humanos. Por ejemplo, tú como persona común vas en la calle y te asaltan, traes un arma, te defiendes, y si por mala suerte matas al delincuente, ya te jodiste, como no conoces las mañas o los licenciados, mientras investigan te vas a amolar un buen rato, y te va a ir como en feria. En cambio, un delincuente cae, y como ya se la sabe, así como llega sale.
Cuando yo consigno a la gente, yo soy el que estoy yendo a declarar, y no es de un día o dos, es de estar yendo a los careos varios días. Y luego, en las declaraciones, si yo digo una pequeña partecita mal, me la quieren contradecir, porque esa es la labor de los ministerios públicos, tratar de contradecirnos, entonces a los que friegan son a nosotros. Como dicen vulgarmente, nos quieren voltear la tortilla. Y los jefes: “No pus tú defiéndete, búscate a un licenciado”. Uno se mete en broncas tanto con el sistema judicial como con el sistema interno. Porque si yo amuelo a una mujer o a alguien... “¿Quién fue?”. “El custodio fulano de tal”. Me van a cazar y me van a dar una buena visitada, si bien me va. Cuántos no han matado así. Y después de la tercera, uno dice no, qué necesidad tengo yo de eso. Por eso dícese la palabra: “Si quieres llegar a custodio de viejo, hazte pendejo”. Así se van haciendo las cosas, y se va fomentando todo eso. Uno va aprendiendo a no meterse en broncas.
Otra, llega uno a agarrar a los internos con droga, les dices te voy a consignar, lo mínimo por encontrarte droga en un penal es de 12 años.
—¿Por qué venías?
—Por robo.
—Te echaron siete, llevas tres y medio, y doce que te pongan, te vas a fregar mi hermano...
Uno decide hacerse de la vista gorda y aceptar el beneficio. Pero si quiere ser recto, uno los consigna, presenta el producto, se manda al laboratorio a la Fiscalía, es el que va a dictaminar si es o no droga. Nosotros ponemos: producto verde o blanco, al parecer tal. Mandan la resolución de la Fiscalía y efectivamente el producto cumple con las características de esto, entonces al individuo ya se le levantó otro juicio y de ahí va pa’largo. Entonces se va echando uno de enemistades, solo por hacer bien su trabajo.
A las mujeres, si se les revisa más de lo debido o se les toca un poquito, ya es abuso. Antes se les decía: “Desnúdese completamente y haga sus sentadillas”. En sus partes, el producto lo retienen con la primer sentadilla, pero después de tres es tanta la fuerza que sueltan el tapón. Sale la compañera (porque uno no las revisa, es la compañera, en presencia de derechos humanos femenina y jurídico, que da fe y legalidad de los hechos), pero si la mujer no trae el producto, tons ya me estoy metiendo en broncas. “Ah, usted la acusó... no trae nada”. Y uno no acusa nomás porque sí. Cuando uno detecta a un individuo con droga:
—Ya te fregaste mi chavo.
—Échame la mano, dime ¿cuánto?
—No, si quieres que te eche la mano, mejor échamela tú a mí. ¿Quién te la mete?... la droga.
—No jefe, cómo le voy a decir —porque quien es borrega lo andan matando.
—Tú la vas a aguantar y yo la voy a aguantar, dime quién es, y queda entre nosotros.
—Me la trae fulana.
—Dime cómo es.
—Es una de pelo corto. Cuando ella entre en la visita familiar, me paro al lado de ella y me rasco la oreja, esa es.
—Conste, si me fallas te vas a fregar.
Entonces empieza uno la investigación por varios días. De dormitorios a visita familiar es una distancia larga, entonces está uno observando de lejos, o nos subimos a una torre y estamos con los binoculares. Ya está la seña. Empieza uno a ver los movimientos de la persona, ¿a dónde se dirige?, hacia unas cabañas, ¿cuánto se tardó?, diez minutos. Sale uno a investigar el nombre de la persona al túnel de identificaciones, a quién viene a ver. Como lo más seguro es que el interno tiene dinero, lo ve en una sala o un restaurante que hay ahí dentro. Uno la investiga desde afuera también, cómo llega, con quién entra, cómo se forma, cómo va brincando a la gente, cómo va a la revisión de sus alimentos, cómo pasa a cacheo... Ella no tiene nada qué hacer en una cabaña, porque las cabañas son para los que no pueden pagar, entonces, no todos los días lleva producto, vamos a averiguar qué días lleva. De todo se va haciendo un estudio. Y ya cuando tenemos seguridad, sobre de ella. Hoy debe de traer producto, nos la jugamos, y si no trae, nos fregamos. Si tenemos suerte, las compañeras se meten al baño, la desnudan y sale su aguacatito de droga, envuelto en cinta canela. De ahí se le manda a la Fiscalía y la envían al penal que corresponde. Hemos encontrado hasta niñas que meten la droga, una vez la mamá la puso en la muñeca de su hija. La esconden donde sea: en las costuras llevan chochos, en el pelo, debajo de la lengua, en el recto. Hay gente que se la traga amarrada con un hilito para luego sacarla.
La vida en la cárcel es muy dura, para todos, custodios e internos. Me tocaron colgados, quemados, destazados, picados... El canijo no cabe, para un canijo hay canijo y medio, y para ese sale un canijo más cabrón, que se come a todos, y así van compitiendo. Como dicen: “El que no se adapta perece”, y hay que entrarle al beneficio, aunque uno no quiera.



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